La osteoporosis es un tema que me
tenía bastante perpleja.
Mis abuelas nunca supieron qué era eso
de la osteoporosis aunque fallecieron a edades avanzadas; mi madre oyó hablar
de ello por primera vez a finales de la década de los 70. Sin embargo, si
hacemos caso de las cifras alarmantes que se encuentran en cuanto buscamos “osteoporosis”
en Google, o de los, igualmente alarmantes,
artículos de divulgación sobre el tema, parecería que es algo que nos va a
tocar a una de cada dos mujeres después de la menopausia y que puede matarnos.
¿Cómo podían semejantes cifras ser posibles?
El resultado de mi perplejidad es este
artículo y los que seguirán, porque el tema es complejo y prefiero mantenerlo
de lectura fácil y entretenida… y a pequeñas dosis.
En ellos he resumido más de seis meses
de investigación donde he descubierto que, como otras historias edificantes, la
de la osteoporosis puede empezar también por el conocido “erase una vez”.
Así que vayamos algo hacia atrás en el
tiempo y demos un pequeño rodeo que veréis que, en realidad, no es tal.
Fue en 1975 cuando se publicó el
estudio (1) que mostraba que las mujeres que estaban bajo terapia estrogénica
sustitutiva para “prevenir completamente
la menopausia” y mantenerse “femenina
para siempre” (2) tenían un riesgo de padecer cáncer de endometrio
multiplicado por 7,6, mientras que otros trabajos mostraban asimismo una mayor
incidencia de cáncer de seno y ovarios (3).
Estas noticias cayeron muy mal en la
época y las ventas de estrógenos –extraídos de la orina de yegua, por lo tanto parecidos pero no idénticos a los
nuestros– bajaron en picado.
El laboratorio que comercializaba el Premarin –la especialidad estrogénica
líder del mercado– viendo disminuir sus beneficios reaccionó encargando a un
gabinete de relaciones públicas una nueva estrategia para reconquistar el
jugoso mercado de las mujeres menopáusicas con un nuevo producto: una
fantástica fórmula hormonal mejorada que asocia estrógenos y progesterona
–artificiales y, por lo tanto, patentables–
y que va a llamarse tratamiento
hormonal sustitutivo (THS).
Como –vistos los resultados– la
estrategia de “prevenir completamente la
menopausia” y “femenina para siempre”
ya no es muy adecuada, hay que buscar una nueva idea genial y esta va a ser recentrar la publicidad de la nueva fórmula
sobre la prevención de la osteoporosis.
Es así que, a finales de los años
setenta, toda la población femenina de una cierta edad se ve confrontada a una
nueva enfermedad: la osteoporosis.
Enfermedad de la cual prácticamente
nadie había oído hablar hasta entonces, pero cuyas graves consecuencias iban a
afectar nada menos que a una de cada dos mujeres después de la menopausia.
Evidentemente, el tratamiento de
dicha enfermedad con medicamentos, y específicamente con el THS, era urgente.
Las revistas femeninas se hicieron eco
del tremendo problema al que, inopinadamente, se enfrentaban las mujeres y se
predijo una epidemia de osteoporosis en las décadas a venir, puesto que cada
vez habría más mujeres menopáusicas.
El histerismo mediático sobre la epidemia de osteoporosis fue tal que,
finalmente, los institutos nacionales de salud (NIH) de los Estados Unidos
organizan un congreso en 1984 con especialistas de huesos para tratar de decidir
qué medios podrían usarse para prevenir la terrible enfermedad.
Durante este congreso se descubrió
que, en realidad, se sabía muy poco sobre el tema –ya que las fracturas
espontáneas de huesos no habían sido hasta entonces un problema habitual–. De
hecho, lo único que sí se conocía, era que un régimen rico en calcio
aumentaba la densidad ósea.
Sin embargo esto no significaba gran
cosa, como explicaron varios especialistas, ya que la resistencia del hueso no está relacionada sólo con su densidad si no , y especialmente,
con su calidad. Y esa calidad, dependía de una compleja serie de
factores que no se sabían medir con exámenes o análisis.
Pero, como se esperaba algún resultado
del congreso, lo que finalmente se hizo –supongo que mientras parte de los especialistas
seguían estudiando el problema– fue concentrarse en el único parámetro que
podía medirse: o sea, la densidad ósea y se recomendó a todas las mujeres
consumir más calcio.
Como ha reconocido el Dr. Lawrence
Shulman, organizador del congreso, “Esta
decisión hizo nacer una enorme industria”.
En realidad, ayudó eficazmente a cuatro
industrias:
La de complementos, que ya en 1986
vendió en los USA suplementos de calcio por 166 millones de dólares (3).
La lechera, que, en la época, estaba sufriendo
una reducción acelerada del consumo de sus productos por culpa de las grasas
saturadas que contienen los lácteos.
La farmacéutica que, visto el fabuloso
mercado potencial, no iba a conformarse sólo con vender la TSH y se lanzó a buscar nuevas moléculas que aumentasen la densidad ósea.
Y los cuatro principales constructores
de los aparatos que miden la densidad ósea.
De momento, y para que respiréis
libremente os diré que, según las cifras obtenidas en Europa y en América del
Norte, no hay ninguna epidemia de osteoporosis, como se predijo y como se
sigue prediciendo.
En realidad, la epidemia ocurrió mucho antes, empezó en los años 40 en Estados
Unidos y siguió en otros países que se estaban desarrollando, para estabilizarse en la década de los 80. En la
actualidad hay incluso una ligera disminución en el número de fracturas (4).
Sin embargo, hay una gran diferencia
entre países, las tasas más altas de fracturas las tienen Europa y América del
Norte, seguidos de Australia y Nueva Zelanda. Apenas hay fracturas en Asia,
África negra o América del Sur.
La pista del modo de vida es evidente:
los países con más fracturas –y no hablo de densidad
ósea si no de fracturas– son los
países donde se vive de forma occidental,
también donde se come más carne, azúcar, productos industriales y lácteos.
Por ejemplo, a finales de los 90 en la
China continental se contaban aproximadamente 87 casos de fractura anual de
cuello de fémur por 100 000 mujeres mayores mientras que en Hong-Kong
–donde impera un estilo de vida occidental– era de 352 y en Estados Unidos de 510/559
(3).
En
España la incidencia –que se mantiene estable– es de unas 300 fracturas anuales
por cada 100 000 mujeres, siendo la edad de las mismas entre 73 y 84 años
(5).
Para que os hagáis una idea real de la incidencia, en el peor de
los casos (599), se trata de 0.60 fracturas por cada 100 mujeres mayores.
Y lo que ha pasado es que antes de
1994 la osteoporosis era un factor de riesgo definido por la aparición de una
fractura mientras que en la actualidad es
una enfermedad definida por un número que se supone mide la densidad ósea.
Así que empezaré mi revisión por la densitometría, ya que si estás en la
cincuentena o más, hay todas las posibilidades de que tu médico te haya
recomendado hacer una.
Supuestamente es el examen por
excelencia para saber si tienes o no osteoporosis.
Así que si las medidas están bien… uff ¡qué alivio!
Pero como estén mal o tengas osteopenia
–cosa de la cual jamás habías oído hablar– hete aquí que te encuentras de
repente en el grupo de riesgo,
incluso enferma y, en cualquier caso, elegible a diferentes tratamientos y
complementaciones.
Además de inmensamente preocupada.
Sin embargo, lo que nadie te dice, es
que la densitometría no predice en absoluto tu riesgo de fractura, tanto si los
parámetros están bien como si están mal.
Vayamos punto por punto.
Como los constructores de
osteodensitómetros no se pusieron de acuerdo para que sus máquinas midiesen lo
mismo, hubo que inventar las llamadas T-score y Z-score que permiten situar el resultado obtenido por el aparato
respecto a unos valores de referencia establecidos por el fabricante.
Estos valores son para la T-score
la densidad ósea media de un adulto joven y para la Z-score la densidad ósea media de una persona de la misma edad que
el paciente.
En la práctica, la osteoporosis se
define comparando la densidad ósea del paciente a la media de un adulto joven
del mismo sexo.
O sea, la T-score.
Si la T-score es 0 significa que la densidad ósea es igual a la densidad
ósea media de un adulto de 25-30 años.
Si es de -2,5 se decide que la persona
tiene osteoporosis y si está entre -1 y -2,5 se habla de osteopenia.
La osteopenia es un término que se
creó en 1992 (3) para que los epidemiólogos pudiesen clasificar de alguna
manera a esta población con densidad ósea intermedia. Cuando se decidió la nominación nadie pensó en
que se estaba creando una nueva enfermedad
y la correspondiente categoría de pacientes tratables.
Pero el gran drama es que estas cifras
(0, -1, -2,5) son completamente engañosas.
Para empezar, los osteodensitómetros
se crearon originalmente con el interesante objetivo de hacer estudios de
poblaciones y comparaciones antropológicas, no diagnósticos. Por lo que
el proceso de cálculo de la máquina tiene una incertidumbre hacia arriba o
hacia abajo de entre un 20 y un 50% (6). A nivel de una población –miles de
medidas– estas variaciones se compensan, pero no ocurre lo mismo si se trata
del diagnóstico de una sola persona.
En la vida corriente, que es lo que nos interesa, significa que una mujer
de 70 años con una T-score de -1,5 y diagnosticada con osteopenia, puede
tener en realidad 0, o sea, la misma densidad ósea que una jovencita de
25… o -3 ¡lo que se consideraría una osteoporosis grave!
Además, la T-score varía apreciablemente de una población a otra, lo que
indica que la densidad ósea normal es
muy variable en distintos individuos sanos,
dependiendo del tipo corporal y el origen étnico. Que la densidad ósea sola tiene muy poco que ver con las
fracturas se comprueba observando la curiosa particularidad de que Suecia, con
una de las densidades óseas más elevadas del planeta, es el país que presenta
el record mundial de fracturas espontáneas de cuello de fémur (7).
La densidad ósea disminuye de forma
natural y no patológica con la edad y, los límites de -2,5 y -1 para definir
osteoporosis u osteopenia –aún aunque fueran fiables y no con un error de
20-50%– son totalmente arbitrarios, puesto que entre un 56 y un 80 % de las
fracturas ocurren en mujeres con un T-score superior a -2,5, por tanto sin osteoporosis según
las pruebas densitométricas (8).
Entonces, nuestra primera pregunta
sería: ¿la densitometría ósea permite la
prevención de fracturas y/o saber si se tiene osteoporosis?
La respuesta es NO.
De hecho sólo sabes si tienes
osteoporosis si te fracturas un hueso sin haber sufrido ningún traumatismo
especial.
Sin embargo, no pienses que estás
abandonada a tu suerte. Actualmente hay una serie de cuestionarios que te
pueden indicar tu riesgo personal de una forma muy precisa y sin recurrir a ninguna
medida de densidad ósea.
En el caso de osteoporosis
comprobada: es decir, has tenido ya
una o varias fracturas; el osteodensitómetro puede utilizarse dentro del
marco de un tratamiento como herramienta de control- junto a otras que diré. Eso,
siempre que todas las medidas se hagan con el mismo aparato y el mismo técnico,
porque si no es así no pueden compararse unas con otras.
Hablaré de todo esto cuando trate
sobre la prevención y tratamiento de la osteoporosis.
Y la segunda pregunta que cae
por su propio peso es: ¿por qué se usa
entonces la medida de la densidad ósea como diagnóstico de la osteoporosis?
El caso, es que esto mismo se preguntó
la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos. En realidad, la
pregunta era si había que seguir considerando la T- score como criterio de diagnóstico, puesto que, diese la cifra
que diese, no permitía distinguir entre la persona que sufriría una fractura y
la que no.
La cosa se discutió el 17 de mayo de
1999 entre expertos de huesos y representantes de las industrias interesadas en
una reunión convocada por la FDA. Se
habló de todo lo que yo he comentado más arriba, pero esto no tuvo ningún peso
frente al argumento del representante de Merck que dijo:
“Somos
conscientes del hecho de que la T-score no es una medida ideal, pero… ( ) es
parte indispensable de numerosos procedimientos ampliamente utilizados”
(3).
Y como, al parecer, no era cuestión de
ponerse a cambiar los procedimientos ampliamente utilizados, la cosa siguió
como estaba y, desde luego, ni la FDA
ni los vendedores de osteodensitómetros informaron a los médicos sobre la
discusión.
Así que, en la vida real, la probabilidad de que te prescriban a partir de cierta edad una densitometría es alta. Por
desgracia, la probabilidad de que la T-score
de ese día esté entre -1 y -2,5 también.
Y aunque esta cifra no significa nada
en relación a una posible futura fractura –como tampoco significa nada 0– el
engranaje se pondrá en marcha y tu médico, tan preocupado como tú, te
aconsejará como poco tomar tres o más productos lácteos todos los días, además
puede recetarte una asociación de calcio y vitamina D y algún tipo de
medicación para reforzar el hueso.
Y si vas a los foros de internet
encontrarás a otras mujeres en la misma situación que tú y te dirás que todo es
normal y que estás haciendo lo
correcto.
Pero no es así.
Así que sigamos con la revisión y pasemos
a los tres productos lácteos diarios.
Una parte de la población europea y el
70% o más de la población mundial no digiere la lactosa, que es el azúcar de la
leche.
Esto es completamente normal, no es ni
una enfermedad ni una carencia. Ningún mamífero adulto digiere la lactosa, con
la excepción de los grupos de humanos que han evolucionado conjuntamente en los
últimos 10 000 años con vacas, ovejas y cabras (camellos y renos en otras
latitudes).
Esta co-evolución ha sido nula en
lugares como China o Japón, e importante en la India y en Europa, con una
gradación de más a menos según se desciende hacia el sur en países como Italia
o Francia.
Significa que si eres europea, india o
de ascendencia europea o india probablemente digieras la lactosa o, al menos
tengas una cierta tolerancia; lo que en cualquier caso te puede permitir tomar sin exagerar, alguno de esos quesos
exquisitos que te encantan o el postre lácteo de chocolate por el que te
derrites o un estupendo arroz con leche –se entiende que en días distintos.
Pero esto no tiene nada que ver con
tres o más productos lácteos diarios.
Con tres o más productos lácteos diarios estás tomando unas
cantidades exageradas de fósforo que van a contribuir grandemente –junto con el
azúcar blanco, la carne en exceso, las sodas y otros alimentos industriales– a acidificar
tu cuerpo.
Además, no es cierto que el producto
lácteo sea la mejor fuente de calcio.
El problema es la relación en la leche
de calcio/magnesio que es de 10/8 a 1. Hay demasiado calcio en relación al
magnesio. Muchos médicos no saben –o no lo relacionan con la leche– que para
absorber el calcio de un alimento se necesita una proporción adecuada de magnesio;
magnesio asimismo necesario para activar la vitamina D, proceso indispensable
para que el calcio termine en el hueso y no depositado en los tendones y
creando tendinitis, síndrome del túnel carpiano o artritis.
El resultado de tomar tres o más
productos lácteos diarios puede
ser todo lo contrario de lo que buscas, ya que, además de asimilar peor o nada el
calcio de la leche, el organismo intentará luchar contra la acidificación
sacando calcio del hueso.
Esto suponiendo que digieras
perfectamente la lactosa y que no seas alérgica a las proteínas de la leche.
Y sin contar los preocupantes estudios
que relacionan la hormona de crecimiento presente en la leche –pensada para
hacer crecer en un tiempo record un ternero– con ciertos tipos de cáncer.
No me voy a meter en esto último,
puesto que este artículo trata de la osteoporosis, pero no parece una buena
idea tomar productos lácteos en grandes cantidades.
Si los digieres bien y te gustan,
disfrútalos con mesura y tranquilidad, porque como todo, los problemas vienen
del exceso.
Si no los digieres bien o no te gustan,
no los pruebes. El calcio asimilable para nuestros huesos
se consigue de los vegetales.
Daré consignas más detalladas en el
artículo sobre prevención.
El próximo tratará sobre la vitamina D y el sol.
Para ojear mis otros libros y saber más sobre mí puedes ir AQUÍ.
Para ojear mis otros libros y saber más sobre mí puedes ir AQUÍ.
(1) Ziel HK and Finkle WD Increased risk of endometrial carcinoma among users of conjugated estrogens. N Engl J Med. 1975 Dec 4; 293 (23):1167-70.
(2) Así es como abordó el tema el Dr.
Robert Wilson, un ginecólogo financiado en sus investigaciones sobre los
estrógenos por la industria farmacéutica –lo cual es habitual y perfectamente
legal–, en su éxito de ventas publicado en
1966 “Feminine Forever” , donde opinaba que las mujeres que no utilizan los estrógenos a partir de los cincuenta
ya no son verdaderas mujeres.
(3) Thierry Souccar Le Mythe de l’ostéoporose.
Thierry Souccar Éditions 2013.
(4) Jaglal
SB, Weller I, Mamdani M et al. Population trends in BMD testing,
treatment and hip and wrist fracture rates: are the hip fracture projections
wrong? J.
Bone Miner. Res.
2005; 20: 895-897.
(5) Según el trabajo de Incidencia,
riesgo y evolución de las fracturas osteoporóticas de cuello de fémur en las
mujeres en España, a partir de un modelo de Markov de Juan M. Cabasés
Hita. Universidad Pública de Navarra. Pamplona. jmcabases@upna.es Guadalupe Carmona López. Escuela Andaluza de
Salud Pública. Granada. gcl@easp.es Ramón Hernández Vecino. MSD. Madrid. ramon_hernandez@merck.com
(6)
Bolotin HH (School of Medical Sciences, RMIT University, Bundoora, Victoria 3083,
Australia. herb.bolotin@rmit.edu.au) . DXA in vivo BMD methodology: an erroneous
and misleading research and clinical gauge of bone mineral status, bone
fragility, and bone remodelling. Bone. 2007 Jul; 41(1):138-54. Epub 2007 Mar 1.
Excelente artículo!!! El consumo de leche de vaca esta perjudicando a la población en general, y no previene la osteoporosis.
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