Es aceptado generalmente que la
esperanza de vida en 1800 era de 35 años. Un siglo después -y según los datos
del censo español, empezado en 1900- en la península apenas había subido a 35,7.
Las cifras eran parecidas en el
resto de Europa.
Basándose en estos datos, se ha
asumido que las mujeres morían durante su etapa reproductora, ajadas y exhaustas
después de múltiples embarazos (1). Mirado más en detalle esto no es totalmente
cierto, porque esos 35,7 años corresponden a una media obtenida después de considerar que un
25 % de los niños morían antes de los tres años y que otro 25% de la población
lo hacía antes de los cincuenta, además de la frecuencia en ciertas épocas de
guerras, hambrunas y epidemias.
Por lo que, muy probablemente, sí
que había suficientes mujeres que habían terminado su ciclo reproductor. Sin
embargo, como la historia oficial de los últimos diez mil años la han escrito
los hombres desconocemos si, en el mundo en que vivían -me refiero al llamado
“occidental”- , tenían alguna posibilidad de reconocimiento o se retiraban en el
silencio.
La realidad es que no sabemos
nada sobre ellas, aunque no está de más recordar que de todas aquellas brujas
quemadas en la Edad Media muchas debían de ser mujeres postmenopáusicas.
Mujeres con poder y conocimiento, sexuales –esto es importante porque es
específico de las hembras humanas, volveré a ello más adelante–… y que
molestaban.
En la actualidad, las condiciones
de vivienda, higiene y alimentación nos están permitiendo llegar a la edad
máxima programada genéticamente en nuestras células. Sin embargo, médicos y
científicos se ponen de acuerdo en considerar que el proceso del envejecimiento
humano comienza muy pronto en relación a la duración de vida de nuestros
cuerpos que, en estos momentos, estaría entre 80 y 100 años para el femenino.
Sin embargo, se considera que el “deterioro natural” puede iniciarse en edad
tan temprana como los 25 años.
Desde mi punto de vista, habría
que mirar de cerca este supuesto “deterioro natural”, que a mí me parece que no
es natural, si no debido a los abusos a los que en la actualidad –y a falta de
tigres dientes de sable, glaciaciones y otros accidentes exteriores– sometemos
a nuestros cuerpos. En cualquier caso, la duración de nuestra vida hace tambalearse
seriamente el pensamiento darwiniano simplista -implícito en nuestras
sociedades masculinas- que considera el mundo como el campo de batalla de los
reproductores más fuertes y sanos (sustituidos sin piedad en el instante en que
dejan de serlo).
Si esto fuera cierto, no tendría ningún
sentido biológico que un cuerpo esté programado naturalmente para superar, y
largamente, la etapa reproductora.
Todavía podríamos decirnos que,
un hombre (es decir un mamífero macho) que ya no es joven, mantiene la
capacidad de reproducirse. Sin embargo son ellos –tanto en la sociedad humana
como en el mundo natural- los que suelen morirse antes.
Sin embargo, cuando observamos nuestra realidad de hembras de mamífero
sociales e inteligentes, la reproducción (lo que presupone juventud en las
hembras) no está en absoluto unida a la supervivencia. Lo que inmediatamente
lleva a hacerse la pregunta que parece que nunca se ha hecho, a saber:
¿Qué sentido biológico tiene la existencia de
hembras de mamífero que pueden vivir entre treinta y cincuenta años sin
capacidad reproductora?
En realidad, basta una breve
mirada al mundo natural, en absoluto exhaustiva, para tener un inicio de
respuesta.
Por ejemplo, los elefantes.
Se sabe que las manadas están
compuestas de hembras, jóvenes y crías bajo la guía de una matriarca de
avanzada edad que ya no se reproduce. Se han observado matriarcas de 60 años
que, se piensa, es el máximo de vida de un elefante. Estas tienen un
conocimiento del medio y los recursos, de la educación de los jóvenes y de la
resolución de problemas, que van transmitiendo al resto de hembras adultas de
la manada.
Los machos viven solos o en
pequeños grupos pero van siguiendo de lejos a sus familias, preparados en todo
momento para la llamada de amor –emitida por ultrasonidos– de la hembra que se
sienta presta al apareamiento. En estos grupos masculinos, se ha observado
asimismo que los más viejos tienen una función de control y educación sobre los
jóvenes adultos.
La estructura matriarcal aparece
en muchos animales inteligentes que
viven en grupo (hay observaciones que indican que también es la estructura
social de ballenas y delfines). Esta organización, donde las hembras de más
edad son depositarias naturales del conocimiento y del liderazgo, parece ser
ventajosa para la supervivencia del grupo y también para la evolución de la inteligencia
de la especie, puesto que se transmiten conocimientos específicos,
variables y acumulables de generación en generación.
Esto sólo puede ocurrir si las
hembras viven sanas y disfrutando del uso completo de sus facultades el tiempo
suficiente para aprender y transmitir. Lo que ya de primeras excluye que lo
natural sea que estén débiles, seniles y enfermas.
En cuanto a los machos parece
que, en general, viven menos. De hecho, las observaciones muestran casos
(leonas o cérvidos p.ej.) en que son sustituidos por nuevos sujetos, más jóvenes
y fuertes, a velocidades pasmosas. Un león (o dos) en la flor de la edad, serán
aceptados –y ayudados a defenderse de rivales inexpertos– por el grupo
matriarcal durante unos cuatro años, después serán abandonados a su suerte y sus
posibilidades de supervivencia serán de muy bajas a nulas.
No puedo resistirme comentar que
esto da que pensar sobre la fantasía masculina del harem. También que los leones
y los ciervos parecen ser menos inteligentes que los elefantes.
Por supuesto, sería muy simplista
e inexacto, extender estas observaciones, tal cuales, a las sociedades humanas.
Sin contar con que en primates se han encontrado todo tipo de estructuras
sociales, algunas incluyendo una feliz promiscuidad y sexo homosexual. Pero lo
que he querido señalar, puesto que es algo sobre lo que no parece haber mucha
información, es el hecho de que en la naturaleza existe un programa
biológico de supervivencia y poder para hembras no reproductoras de mamíferos.
Además, yo me permito avanzar la
hipótesis de que este programa es el que ha permitido la aparición y evolución
de seres conscientes, inteligentes y cooperativos sobre nuestro planeta madre.
Para ojear mis otros libros y saber más sobre mí puedes ir AQUÍ.
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(1)
Observando las pocas culturas
“primitivas” que sobreviven malamente en nuestro mundo, se puede considerar que
los embarazos múltiples y sin ningún control, sólo se dan en sociedades que han
perdido sus conocimientos ancestrales femeninos en los últimos cientos (o
miles) de años. En efecto, en estos pueblos
“primitivos”, los hijos se espacian con métodos anticonceptivos
específicos, en general basados en plantas y que parecen funcionar
perfectamente en su caso.
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